Guillermo Cano

Por Guillermo Cano Isaza

El Espectador, 29 de agosto de 1983

Gabriel García Márquez escribió ayer, dramáticamente, en este diario sobre la tragedia del Magdalena Medio, una de las más hondas y desgarradoras del país en la actualidad, y con la amenaza de cobrar más tenebrosas dimensiones en el próximo futuro. Ningún colombiano razonable y decoroso puede ser ajeno a ella. Siempre ha sido tierra caliente el Magdalena Medio, y más que por su clima físico por su clima emocional: gentes de diversa procedencia, que han llevado una vida dura, a veces aventurera, se congregan en Puerto Berrío, Puerto Boyacá, demás municipios aledaños para continuar en un plan que a veces es de trabajo, pero en el cual pueden relucir, en cualquier momento, el revólver o el machete. Siempre ha sido indispensable que las autoridades procedan con singular cautela, en estado de alerta, sobre el Magdalena Medio.

Ahora es, más que en los lustros anteriores, foco de violencia. Esta es, como tanto se ha dicho, fruto de causas sociales. Y también de causas sicológicas. Y también -hay que decirlo- de defectos de idoneidad en ciertas autoridades. No se niegan ni su buena voluntad ni profesionalismo, que honran, en términos generales, al país. Pero a menudo no van al problema mismo. En la propia capital, Bogotá, ha sido común ver a enérgicos agentes del orden tratando con singular energía a buenas señoras que tienen su carro estacionado en unamuela, donde ningún mal le ocasionan a nadie, mientras raponeros, atracadores, y sádicos hacen de las suyas, muy cerca. Como lo hemos anotado muchas veces, ¿por qué no crear una especie de universidad contra el crimen, frente a la ya creada y próspera universidad del crimen?

García Márquez se basó en unas excelentes crónicas de Germán Santamaría en nuestro querido colega El Tiempo, donde se cuenta, entre otros horrores, que en la aldea de Santo Domingo fueron exterminados todos los hombres, y viudas y niños pasan las noches, aterrorizados, en las montañas, y que en la vereda de Los Mangos asesinaron a dos campesinos por haber asistido a los funerales de dos compañeros, también asesinados. Dice el titular del premio Nobel: “Todavía el presidente Betancur es el más popular que hemos tenido en este siglo. A pesar del desgaste natural del poder, al cumplirse el primer año del suyo las encuestas demuestran que más del 60% de la opinión pública sigue creyendo en él, y entre ellos nos contamos muchos que no lo quisimos como candidato ni votamos por él. Esa es una fuerza volcánica incontenible, y tal vez lo único que nos queda para enfrentarnos con buena fortuna al engendro tentacular del Magdalena Medio. El paso inmediato sería entender qué es lo que allí ocurre a ciencia cierta, cuál es la verdad, toda la verdad e inclusive mucho más que toda ella, y sólo el presidente de la República tiene la autoridad y la información para explicárnosla con una de esas charlas sencillas de maestro sabio, que tanto alivio nos han causado en otros instantes difíciles de su gobierno. Sólo una conciencia nacional bien formada y mejor dirigida podrá salvarnos del desastre”.

Cierto: se requiere una conciencia nacional sobre el Magdalena Medio y su angustiosa situación de hoy, de ayer, de lo que viene. Y una conciencia nacional, para todo el territorio y más aún para todas sus gentes, de que mientras haya grupos subversivos que no se acojan a la sensata y amplia ley de amnistía, y por otro lado opere el MAS, no se dan las posibilidades de que el país viva bien. ¿Puede dar más rendimiento la Comisión de Paz, presidida con tanto tino por el ilustre John Agudelo Ríos? No todo depende de ella: a veces ante el furor vandálico no hay nada que hacer. Más todo esfuerzo es, en este campo, útil y valioso.

García Márquez hace la interesante observación de que la región del Magdalena Medio mide el doble de El Salvador. Hay que agradecerle al colosal colombiano su llamado de atención sobre lo que pasa en esa zona vital… y mortal. “¿En qué país morimos?”, se pregunta. Es pregunta pertinente: aunque en la patria tendremos nuestra tumba, la patria es para vivir, no para perecer ignominiosamente, como tantas gentes del Magdalena Medio. Cuanto se haga por dicho Magdalena Medio es lo más pertinente, lo más urgente del momento.

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