Guillermo Cano en 1975.

Guillermo Cano en 1975.
Foto: Carlos Vergara

Guillermo Cano Isaza nació en Bogotá el 12 de agosto de 1925, en el hogar de Gabriel Cano Villegas y Luz Isaza. Cursó estudios de bachillerato en el Gimnasio Moderno de Bogotá, donde siempre se destacó como comunicador nato, al punto de que en sexto año de secundaria fue el director de El Aguilucho, periódico del centro educativo.

Los recuerdos de Guillermo Cano empiezan por su familia. Nunca conoció a su abuelo, pero como él mismo lo escribió alguna vez, comenzó a conocerlo espiritualmente en Fidelena, la finca de la familia en Sabaneta (Antioquia), cuando alrededor de un árbol florecido, se deleitó con los versos navideños del fundador del periódico que leían con entusiasmo sus tías.

Desde que salió del colegio sabía que su destino sería el periodismo. Su padre, Gabriel Cano, lo llevó a El Espectador hacia 1943 y rápidamente aprendió a diagramar, a corregir pruebas, a leer al revés, a llevar galeradas a las páginas, a untarse de tinta. Hasta que debutó como periodista apoyado por su padre y por su tío Luís Cano, de quienes aprendió a escribir.

Don Guillermo empezó escribiendo noticias culturales, después se volvió cronista taurino y, como era admirador de Conchita Cintrón, su padre lo bautizó «Conchito». Ese fue su primer seudónimo. Escribió en deportes, hizo crónicas desde Europa, en varios años concretó su curso necesario de reportero raso.

Hacia 1948, cuando Colombia empezaba a vivir aciagos momentos de violencia política, Guillermo Cano fundó el Dominical de El Espectador. Un año más tarde se retiró Luís Cano de la dirección del periódico y asumió Gabriel Cano, quien inmediatamente llamó a colaborar a su hijo en la orientación periodística del diario.

El 6 de septiembre de 1952, una turba incendió las instalaciones del periódico. Once días después, el 17 de septiembre del mismo año, con apoyo de su padre Gabriel, Guillermo Cano Isaza asumió como director de El Espectador. De inmediato tuvo que enfrentar la censura.

En 1953 contrajo matrimonio con Ana María Busquets, una mujer catalana que llegó a Colombia cuando tenía cuatro años de edad y que se convirtió en la persona que supo interpretar sus silencios. También periodista, Ana María Busquets, es además madre de sus cinco hijos Juan Guillermo, Fernando, Ana María, María José y Camilo.

Durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, y ante la presión del Ejecutivo a través de multas, en 1956 El Espectador suspendió sus ediciones y nació El Independiente, bajo la dirección de Alberto Lleras y la colaboración de José Salgar y Darío Bautista. También fue suspendido, pero reapareció en 1957 con la dirección de Guillermo Cano.

El 1º de junio de 1958 regresó El Espectador y Guillermo Cano cobró los frutos de su lucha por la democracia y contra la dictadura del general Rojas Pinilla. La Sociedad Interamericana de Prensa entregó a su padre Gabriel Cano y al periódico mismo, el reconocido Premio Mergenthaler, por los servicios prestados en favor de la libertad de prensa en Colombia.

Los años 60 llevaron a El Espectador a su consolidación como diario. Con el apoyo de sus hermanos, Luis Gabriel, Alfonso y Fidel, Guillermo Cano fue expandiendo la influencia del diario con ediciones especiales para distintos departamentos, con la implementación de nuevos productos impresos de la misma casa editorial y con la inauguración de su nuevo edificio ubicado en la avenida 68, en la ciudad de Bogotá.

Durante los años 70, el periódico El Espectador recibió incontables reconocimientos y distinciones nacionales e internacionales y el propio director Guillermo Cano fue objeto de elogios por la cobertura que realizó, como hábil reportero, de los acontecimientos que derivaron en el asalto de un comando terrorista a la Villa Olímpica en Munich, en 1972.

Como en otras épocas en las que Guillermo Cano brilló como descubridor de talentos de la calidad de Gabriel García Márquez, Juan Gossaín o Consuelo Araújo Noguera, con nuevas publicaciones y reconocimientos, el director de El Espectador fortaleció una nueva generación de periodistas de importantes logros nacionales e internacionales.

Durante el gobierno de Julio César Turbay y a raíz de la aplicación del Estatuto de Seguridad, Guillermo Cano, desde su «Libreta de apuntes» planteó una incondicional defensa de los Derechos Humanos, circunstancia que fue entonces interpretada como periodismo de oposición.

Al tiempo que el maestro Héctor Osuna, desde su creativo trazo, ejercía una implacable crítica contra los abusos de la Fuerza Pública en tiempos de Turbay, Guillermo Cano siguió advirtiendo que «los derechos humanos hay que defenderlos integralmente y no sólo cuando convenga a un gobierno, a un gobernante o a un militar».

Desde finales del gobierno Turbay y principios de la administración Betancur, El Espectador, en cabeza del propio Guillermo Cano, constituyó una unidad investigativa para denunciar las defraudaciones provocadas por varios conglomerados económicos, dentro de lo que entonces se denominó la crisis financiera de los años 80.

El Grupo Grancolombiano enfiló baterías contra El Espectador y suprimió su pauta publicitaria. Guillermo Cano siguió con sus investigaciones y, a riesgo de las finanzas del periódico, logró probar que los cargos eran ciertos.

Como la mayoría de colombianos, Guillermo Cano apoyó el proceso de paz del gobierno Betancur con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), pero también formuló reparos sobre las inconsistencias de la tregua. Por eso siempre advirtió que la paz no se podía imponer sobre la muerte violenta, la coacción y el secuestro o la violación de los derechos humanos.

Desde que el ministro Rodrigo Lara Bonilla enfrentó a las mafias del narcotráfico en 1983, Guillermo Cano desde su «Libreta de Apuntes» fue su incondicional aliado. «¿Dónde están que no los ven?», se preguntó muchas veces, refiriéndose a los jefes de los carteles de la droga. Además, se encargó de demostrar que el representante a la Cámara Pablo Escobar era un velado narcotraficante.

A las 7:15 de la noche del 17 de diciembre de 1986, cuando salía del periódico hacia su casa en su camioneta Subaru, dos sicarios asesinaron al director de El Espectador Guillermo Cano Isaza . «Colombia está de luto», señaló en una declaración pública el presidente Virgilio Barco Vargas. En solidaridad con su familia, todos los medios de comunicación silenciaron sus voces durante 24 horas.

El legado de Guillermo Cano inicia con su ejemplo de vida. Murió en cumplimiento de su deber periodístico. Nunca declinó en su lucha contra el narcotráfico y la mafia le cobró muy caro su coraje. Fue una época crítica para el país y como Guillermo Cano, muchos otros colombianos fueron víctimas del fuego cruzado de varias violencias.

En honor a su memoria fue creada la Fundación Guillermo Cano y junto a la Unesco se creó en 1997 el Premio Mundial de Libertad de Prensa UNESCO/Guillermo Cano. Además, la Sociedad Interamericana de Prensa siempre ha referido a su muerte como un episodio de grave impunidad, al tiempo que ha exaltado la labor cumplida por el insigne periodista.

Varios colegios del país llevan el nombre de Guillermo Cano Isaza . El 9 de febrero de 2007, con ocasión del Día de los Periodistas, en la Universidad EAFIT de Medellín se inauguró la Cátedra Guillermo Cano, dedicada a valorar su vida y obra.

A pesar de la muerte de Guillermo Cano, el periodismo en Colombia sigue siendo una profesión de alto riesgo. No sólo han caído asesinados periodistas y colaboradores de El Espectador como Roberto Camacho, Héctor Giraldo, Miguel Soler, Martha Luz López, Julio Daniel Chaparro y Jorge Enrique Torres, sino muchos otros periodistas de los distintos medios de comunicación del país.

En la década de los años 80 del siglo XX, el narcotráfico desafió abiertamente a la sociedad y al Estado. Los carteles de la droga fueron derrotados, pero el narcotráfico, 20 años después, sigue casi intacto. Las advertencias de Guillermo Cano se cumplieron y la sociedad y los propios grupos armados terminaron permeados por un flagelo que sigue destrozando la cotidianidad del país.

Guillermo Cano Isaza , asumiendo la vocería de El Espectador, en noviembre de 1982, expresó: «A nosotros nos repugna la paz de los sepulcros». Casi 25 años después, Colombia aún no logra enrutarse por los caminos de la paz y, en cambio, las guerrillas, el paramilitarismo, las mafias del narcotráfico y otras manifestaciones armadas ilegales siguen amedrentando a la sociedad y proponiéndole al país una faceta más de la paz de los sepulcros.

Al director de El Espectador Guillermo Cano Isaza lo asesinó la mafia del narcotráfico. Sin embargo, el autor intelectual del magnicidio, Pablo Escobar Gaviria, murió abatido por la Policía en diciembre de 1993, sin que la justicia nunca pudiera condenarlo.

Fue una época aciaga para el país aún no esclarecida históricamente. Tres guerras salieron a flote y arrasaron a una generación de líderes importantes. La de la insurgencia contra el Estado, la del paramilitarismo contra los movimientos políticos de izquierda y la del narcotráfico contra la sociedad. Decenas de colombianos ilustres cayeron en el fuego cruzado. Guillermo Cano fue una de las más sentidas víctimas de esta violencia atroz.

Mientras muchos colombianos pagaban con su vida el fracaso del proceso de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y la guerrilla de las Farc; y otros más rendían tributo con su existencia a la arremetida del paramilitarismo contra la Unión Patriótica y otras fuerzas legales de izquierda; los carteles de la droga también diezmaban a sus principales enemigos y críticos, en una guerra sucia que la justicia poco pudo contrastar y aclarar.

En ese río revuelto que desde mediados de los años 80 protagonizó en Colombia el Cartel de Medellín, entonces liderado por Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, entre otros narcotraficantes, con inocultables nexos con los grupos paramilitares, hizo su propio listado de víctimas. Y uno a uno, los fue ejecutando en medio de la impotencia del Estado, el silencio de la sociedad y, en algunos casos, con omisión de las propias autoridades.

El ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla en abril de 1984, el magistrado de la Corte Suprema Hernando Baquero Borda en julio de 1986, el juez Gustavo Zuluaga Serna en octubre del mismo año, el ex director de la policía antinarcóticos coronel Jaime Ramírez en noviembre de 1986, el magistrado del Tribunal de Bogotá Carlos Valencia García en agosto de 1989, el coronel Valdemar Franklin Quintero y el candidato presidencial Luis Carlos Galán, ese mismo agosto de 1989, entre otros.

Y muchos otros más, entre ellos el director de El Espectador Guillermo Cano Isaza , quien en una entrevista lo había advertido el 16 de diciembre de 1986 a la periodista Cecilia Orozco: «Yo salgo aquí del periódico por las noches y no se qué va a pasar». A las 24 horas, inerme y desprotegido, fue acribillado por dos sicarios cuando emprendía camino a su casa conduciendo su propio auto.

Durante 10 años hubo toda clase de incidentes en el proceso. Pero después de 12 asesinatos, entre ellos los del magistrado Carlos Valencia, la jueza Myriam Rocío Pérez y el abogado de El Espectador Héctor Giraldo Gálvez; y de incontables exilios y trasteos del expediente; el 30 de julio de 1996, el Tribunal Superior de Bogotá sólo sentenció a Castor Emilio Montoya, como persona ausente y a Luis Carlos Molina Yepes, que escasamente purgó algunos años de prisión.

Años después, bajo la política de sometimiento a la justicia, el narcoterrorista John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, confesó que el magnicidio había sido perpetrado por el Cartel de Medellín, y que había sido «una vuelta sencilla, porque para matar a Guillermo Cano no se necesitaba nada. Salía todos los días a la misma hora del diario en un carro que no era blindado y andaba sin escoltas». Confesión tardía y poco inédita, porque el país siempre supo quiénes asesinaron al director de El Espectador.

Texto Publicado Originalmente en El Espectador, 17 de Diciembre de 2006.

Comparte:
FacebookTwitterGoogle+WhatsAppGoogle Gmail
//]]>