Guillermo Cano

Por Guillermo Cano Isaza

Libreta de Apuntes, 8 de enero de 1984

Cuántos sobresaltos se le habrían podido evitar a este lindo país colombiano si, quienes en el momento tenían en sus manos y en sus decisiones el poder suficiente para detener la enorme bola de nieve de la inmoralidad que comenzaba a formarse y a rodar implacablemente, impulsada por el insólito caso de las multimillonarias defraudaciones de los fondos de inversión Bolivariano y Grancolombiano -ambos subsidiarios del grupo todopoderoso que se había convertido en el coco para todo el mundo, comenzando por las más altas autoridades de la República-, hubieran actuado pronta y cumplidamente.

No se tuvieron, sin embargo, ni el valor ni el coraje ni la entereza de enfrentar a los defraudadores que iniciaban apenas su carrera delictuosa. Y de allí se desprende -no le quepa duda a nadie- la catástrofe en que se sumió el sistema financiero colombiano en los años pasados, hasta postrarlo en el más alto grado de desconfianza pública de que se tenga noticia en este país.

Si revisamos la historia reciente a la luz de los episodios originados en los deshonestos manejos de un grupo de personajes que había adquirido el más absorbente grado de poder económico, veremos que todo lo que por largo tiempo hicieron ellos impunemente fue copiado -bien o mal copiado- por otros aventureros que hoy están en la cárcel no sin antes haberle causado lesión enorme a miles de compatriotas a los que les robaron sus ahorros.

Las Marías Mayorgas que se utilizaron en las defraudaciones de los fondos Grancolombiano y Bolivariano fueron remplazadas, en el Banco del Estado, por desconocidas y pobres gentes campesinas a las que se puso, como comodines inocentes, a pedir y a obtener generosos préstamos multimillonarios. El juego deshonesto al alza y a la baja del precio de las acciones, para apoderarse de empresas limpias y honorables, se repitió, como calcomanía, en el caso del Banco Nacional. La defraudación a los ahorradores se multiplicó por centenas de veces en las financieras Furatena y similares. Y los préstamos incestuosos de que hablan los ingleses se hicieron en el Banco de Colombia y hubo luego en el Banco del Estado y en el Banco Nacional. La plata salía del banco, donde las gentes tenían sus dineros depositados, para fortalecer las economías personales de los directores del banco matriz. El Espectador probó que eso había sucedido en el Banco de Colombia y con el llamado Grupo Grancolombiano y señaló, durante largo tiempo, a los responsables individualizados e individualizables de las maniobras fraudulentas.

La administración Turbay se negó a obrar. Más exactamente, cuando el presidente de la Comisión Nacional de Valores, una entidad creada por el propio gobierno Turbay para controlar los abusos del poder económico en contra de los intereses de las gentes comunes y corrientes, denunció y puso en marcha una investigación oportuna y a tiempo para detener la defraudación y sancionarla, lo que hizo el presidente Turbay fue pedirle la renuncia y se puso todo el peso del poder para echar tierra al asunto. Temblaban en ese entonces el Gobierno y el país ante el coco de los intocables, los personajes implicados precisamente en el delito.

Se dijo entonces que tuviéramos los colombianos mucho cuidado con mortificar o incomodar al coco del grupo Grancolombiano, el doctor Jaime Michelsen, y a sus asesores, entre ellos el calanchín número uno, el señor Roberto Ordóñez, altoparlante obsecuente del águila, pronto de lengua para decir mentiras y de mano floja, flojísima mano, para firmar escrituras de sociedades limitadas y en comandita con su jefe, compañías y sociedades que eran luego favorecidas generosa y privilegiadamente con los préstamos incestuosos de la casa matriz del Banco de Colombia. No torear al coco era la consigna…

Creían mucho colombianos que tanta desvergüenza y tanto cinismo lograrían vencer la honestidad y el carácter de un nuevo gobierno y de una justicia independiente. Pero ese absceso maligno tenía que reventar, tarde o temprano. Más tarde, lamentablemente, pero, al fin de cuentas, ha reventado, en decisión inapelable de una gobierno al que no le tembló la mano para desterrar la sombra del coco que por tan largo tiempo tuvo acobardada a tanta gente de este país. Puso el nuevo gobierno el bisturí en la zona infectada, se reventó el absceso y no pasó nada más de lo que tenía que pasar. Que lo eventuales individuos, que dirigían indelicadamente un emporio económico, fueron retirados de sus eminentes posiciones y así se salvó la institución, que es lo que de todo este lodazal merece salvarse. Ahora podrán proseguir los procesos penales y administrativos sin que pese sobre el ambiente nacional la inquietud, hábilmente tejida por los protagonistas de las defraudaciones, de que si se les ponía eltatequieto este país se hundiría en el caos. Lo mismo habían dicho en España con el Grupo Rumasa, del cínico Ruiz Mateos, vaciado como en el mismo molde con el del Grupo Michelsen y Compañía. Lo mismo se dijo en Italia, en la crisis del Banco Ambrosiano, y de su malabarista financiero, Roberto Calvi. Ni allá en España ni en Italia ni aquí se hundió el sistema financiero. Por el contrario, ha salido revitalizado con la purga de quienes, llevado por sus ambiciones y su sagacidad prodigiosas, invirtieron los papeles y quisieron manipular las instituciones a su antojo y al excluyente interés personal. Se demostró, allá como aquí, que a los intocables sí se les podía tocar.

El Banco de Colombia tiene más de cien años de existencia en el país. Es una institución sólida. Se ha demostrado que lo es. Lo que no podía continuar era el uso y el abuso que de la institución venían haciendo las personas accidental y desgraciadamente colocadas en sus mandos directivos. A tales extremos habían llegado que ni siquiera entre ellos mismos, a última hora, existió la plena solidaridad. Se resquebrajaron esos personajes de barro cuando finalmente se le puso fin a sus malignas aventuras…

El país va a entender mejor en los próximos días cuánta trascendencia tienen los acontecimientos ocurridos en los últimos días de 1983. Porque lo evidente es que la salud de la República no aguantaba más el tumor que creía, contra toda razón, en el cuerpo financiero de la Nación. Nadie podía confiar en nadie mientras no se extirpara el origen de ese mal. El milagro se está produciendo, con la renovada confianza de la ciudadanía en su gobierno, en sus autoridades y en sus instituciones.

Jamás, a lo largo de este proceso complejo y difícil, abrigábamos la menos duda de que la verdad se abriría paso, por encima de la mentira y del encubrimiento, para sacar válida finalmente la tesis de que quienes pecan son los hombres y no las instituciones. Y, además, de que no todos los hombres tienen debilidades inconfesables y pecaminosas, sino que hay mucho que pueden remplazar a los que fallan para devolver, impoluto, el prestigio de las instituciones. Tanto los aciertos como los desaciertos de los hombres en el manejo institucional son circunstanciales. En el caso del Banco de Colombia y del llamado Grupo Grancolombiano sí que adquieren plena vigencia estas antiguas y sólidas creencias.

Nunca, en mucho tiempo, acaso en toda la historia del país, tan pocos hicieron tanto para dañar a tantos durante tanto tiempo. Pero, como dice el pueblo en su sabiduría, no hay mal que dure cien años…

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