Al día siguiente de recibir su grado de bachiller en el Gimnasio Moderno en diciembre de 1943, Guillermo Cano Isaza ingresó al periódico El Espectador. Tenía 18 años y una vocación heredada de su padre y su abuelo. Tres meses después de cumplir 27, asumió la dirección del diario y la ejerció durante 34 años hasta que lo asesinó el narcotráfico. En total, le dedicó 42 años al periodismo libre y a El Espectador. Tiempo suficiente para dejar un legado ejemplarizante: la conjunción entre su vida y su obra como una sola expresión de coraje y lucha por la verdad.

Esta demostración de entereza queda en evidencia en el libro Tinta indeleble: Guillermo Cano, vida y obra, que será presentado el próximo sábado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá bajo el sello Aguilar. Un esfuerzo de La Fundación Bavaria, La Fundación Guillermo Cano Isaza y el periódico El Espectador, no sólo para exaltar al periodista colombiano más importante del siglo XX, sino para que su memoria, 25 años después de su asesinato en diciembre de 1986, pueda convertirse en patrimonio de las nuevas generaciones que no constataron su valor.

Un libro dividido en cuatro partes. Inicialmente, un perfil biográfico que detalla facetas desconocidas del hombre en familia, junto a sus amigos, en la Plaza de Toros o en El Campín acompañando a su Independiente Santa Fe, del mismo modo como refiere su deber como reportero, editorialista o director, encarando los difíciles momentos que debió afrontar desde su condición de periodista. Un recorrido por su vida, que coincide con la historia del país y el devenir del periodismo. El texto fue escrito por el editor general de El Espectador, Jorge Cardona.

La segunda parte, titulada “El sentido profundo de lo cotidiano”, es un aporte del catedrático de la Universidad Eafit de Medellín Carlos Mario Correa Soto, quien además fue el corresponsal de El Espectador en la capital antioqueña durante la guerra de Pablo Escobar contra la sociedad colombiana, y recorre la obra narrativa de Guillermo Cano, su aporte menos conocido. El cronista, que se explayó en el lenguaje a la hora de degustar su pasión por los viajes, en los tendidos de sombra o asomado a la calle para captar la esencia de un país en evolución.

Enseguida, el libro trae un ensayo de la catedrática e historiadora del periodismo colombiano Maryluz Vallejo, quien después de evaluar una a una las 338 columnas de la Libreta de Apuntes de Guillermo Cano, analiza cómo se perfiló el carácter del periodista y de qué manera enfrentó situaciones críticas como el Estatuto de Seguridad en los tiempos del presidente Turbay Ayala, la crisis del Grupo Grancolombiano o la guerra frontal contra el narcotráfico. El periodista de opinión en su faceta más conocida, sopesando las directrices claves de su obra.

Finalmente, el libro de homenaje a Guillermo Cano Isaza trae su palabra. Una cuidadosa selección de crónicas, reportajes y columnas de opinión que escribió entre 1944 y 1986, muchas de las cuales estaban guardadas en los archivos del periódico. Un contacto directo con el periodista en su afán por la noticia, el detalle o el comentario. Sus tiempos de novel cronista taurino, sus primeros reportajes como enviado especial a distintos eventos, semblanzas de personajes, su mirada al mundo y, por supuesto, su verbo erguido para decir la verdad a cualquier costo.

Cuatro capítulos que condensan un legado mayor y una creación colectiva donde la familia de Guillermo Cano estuvo comprometida a entregar la mejor versión. La coordinación y edición del trabajo estuvo a cargo de Marisol Cano, sobrina del director y exdirectora del Magazín Dominical, pero semana a semana, como en sus tiempos de periodista, estuvo Ana María Busquets, así como sus cinco hijos Juan Guillermo, Fernando, Ana María, María José y Camilo. Ellos, los mejores amigos, los colegas y compañeros de trabajo, todos aportaron sus recuerdos.

Tinta indeleble: Guillermo Cano, vida y obra es una remembranza para los colombianos de ayer que crecieron leyendo a un periodista que no ahorró palabras para defender la libertad, y un aporte a las nuevas generaciones para que constaten que en los momentos más críticos, cuando más amenazados estaban sus valores, hubo un periodista que no tuvo miedo en decir las cosas por su nombre, que entendió que el periodismo es estar con los menos favorecidos y que entregó su vida por advertir a la sociedad sobre el error de la condescendencia al narcotráfico.

Hace 25 años, el miércoles 17 de diciembre de 1986, fue asesinado Guillermo Cano Isaza . Por esos días su corazón estaba aferrado al entusiasmo por la celebración del centenario de El Espectador, que se avecinaba, pero su deber era proteger a los jueces, a quienes estaban asesinando. Faltaban 95 días para la celebración de los 100 años del periódico y la sociedad comenzaba a sufrir el narcoterrorismo que arrastró consigo a muchos líderes que Colombia sigue añorando. El director de El Espectador fue consecuente y hoy Colombia lo recuerda como un hombre sin esguinces.

Esa es la esencia del libro que La Fundación Bavaria, La Fundación Guillermo Cano Isaza y el diario El Espectador entregan al país el próximo sábado. El pasado 22 de marzo Colombia recordó 125 años de un periódico que ha ganado un espacio en la memoria de la sociedad, a punta de defender los derechos de las mayorías. Esta vez se trata de rendir homenaje a quien fue durante 42 años consecutivos el alma y nervio de esta empresa periodística con un ideal de nación. Su vida y su obra constituyen un ejemplo que merece ser recordado y nuevamente leído para volver a creer en Colombia.

Sesenta y un años bien vividos

Guillermo Cano Isaza nació el miércoles 12 de agosto de 1925, en Bogotá, en el hogar conformado por Gabriel Cano y Luz Isaza. Así como sus hermanos, Luis Gabriel, Alfonso y Fidel, al concluir sus estudios de bachillerato ingresó al periódico. Lo hizo aprendiendo primero las labores del linotipo y la reportería.

En octubre de 1947, después de cuatro años aprendiendo el oficio, fue designado secretario de Dirección y Redacción. Al año siguiente entró a dirigir el Magazín Dominical. En septiembre de 1952, después del incendio del periódico, asumió la dirección. Luego de la dictadura de Rojas Pinilla, la compartió con su padre.

A partir de 1974, ante el retiro de su padre, quedó como único director y así se mantuvo hasta el día de su muerte, en diciembre de 1986. Fueron 42 años dedicados por entero al periodismo, a su familia y al país. Su asesinato causó tal estupor que, en señal de protesta, todos los medios del país decidieron callarse durante 24 horas.

Un asesinato impune

El reloj marcaba las 7:15 de la noche del miércoles 17 de diciembre de 1986. Guillermo Cano Isaza salió del periódico y cuando trataba de tomar la Avenida 68 con dirección hacia el norte, fue sorprendido por un sicario que le descargó una ráfaga de ametralladora.

La investigación no llegó a nada. Por el contrario, todo el que quiso animarla, fue asesinado. El magistrado Carlos Valencia, el abogado y periodista Héctor Giraldo, la jueza de orden público Rocío Vélez, los gerentes en Medellín Miguel Soler y Martha Luz López, entre otros.

El único que pagó unos pocos meses de cárcel fue Luis Carlos Molina Yepes, el banquero del cartel de Medellín. El capo Pablo Escobar murió sin saldar sus cuentas por el magnicidio. Ahora la Fiscalía trata de recobrar el caso, que fue calificado como crimen de lesa humanidad.

Texto publicado originalmente en El Espectador, 14 de abril de 2012

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