Fue entonces cuando me di cuenta de una extraña verdad: las arrugas en el rostro ajado del poeta, mi poeta (Ciro Mendía), no eran marca alguna del transcurso de los días.
A veces uno se plantea mentalmente desafíos, que son verdaderos dilemas insolubles, como el de qué haríamos si se nos diera el poder de detener el tiempo algún instante de nuestra vida para repetirlo y disfrutarlo más largamente.
Quién iba a pensar que, luego del penoso esfuerzo de trasladar a palabras los sentimientos más íntimos que nos produjeron la muerte de seres tan queridos y tan estrecha e indeleblemente unidos a nosotros...