Discurso Premio Mundial de la Libertad de la Prensa Unesco/Guillermo Cano 2010 *
Por Mónica González Mujica
Cuando a mi pantalla del computador llegó el mensaje que me anunciaba que se me había otorgado el Premio Unesco-Guillermo Cano Libertad de Prensa 2010, la emoción y una avalancha de rostros, gritos, susurros e imágenes sumergidas en mi memoria, emergieron como un torrente. Durante varios días las voces de aquellos con los que viví los 17 años de dictadura en Chile, muchos de los cuales ya no están, desfilaron como un caudal que amenazaba con desbordar.
Sentí pudor. Muy pronto se instaló una pregunta: ¿por qué ahora, cuando la cultura de muerte en mi país se bate en retirada, se me entrega esta distinción? Por qué a una periodista chilena, cuando en estos mismos minutos, en distintos lugares del mundo, hay muchos que lo arriesgan todo para cumplir con el derecho inalienable de todo ciudadano a saber cómo funcionan las mafias que lo despojan del derecho a la vida, un salario digno, de su derecho al placer y carcomen las instituciones destinadas a defenderlo.
Hace sólo unos días murió tras ser detenido el editor del semanario Cameroun Express, Ngota Ngota Germain, una prueba más del compromiso llevado al límite de tantos periodistas por informar y denunciar los abusos de poder.
Hasta que encontré un significado para este premio. Y hoy quiero compartirlo con ustedes en este día en que examinamos en el mundo entero la salud de la libertad de prensa.
Soy una periodista chilena que formó parte de un grupo de profesionales que desde el primer día del Golpe de Estado y hasta el final de la dictadura, hizo lo que tenía que hacer: buscar la forma de informar para salvar vidas y abrirle camino a la libertad. Sin protagonismos y en estrecha colaboración con otros ciudadanos que se propusieron el mismo objetivo. Hoy vengo con todos ellos hasta aquí, pero también traigo la voz de periodistas de varios países de América Latina en un momento crítico.
Asistimos a un proceso inédito de consolidación de la democracia en una región en donde la tónica fue la asfixia de la libertad y el despojo permanente de los más vulnerables. Un hito histórico que cambió la dominación de la bota militar asociada al poder económico y al autoritarismo político, por el voto popular.
El vuelco se haría más sorpresivo cuando en diciembre de 2005, Evo Morales se convertía en el primer líder indígena que llegaba al Palacio Quemado en Bolivia; y en octubre de 2006, el líder obrero Lula Da Silva aseguraba su reelección en Brasil, en un dramático balotaje.
El 10 de diciembre de 2006, la muerte del dictador Augusto Pinochet marcó a fuego el cierre de un año en que diez elecciones le cambiaron el rostro a América Latina en un giro progresista y en democracia.
El humo negro de los restos de Pinochet que emergió del cinerario llevaba el sello del horror que estremeció al continente bajo su impronta y la de otros dictadores, como Somoza, Videla y Stroessner. Los sobrevivientes de esa brutal cacería enfrentaban ahora el desafío de construir nuevos espacios de justicia y libertad, en democracia.
Los periodistas ahora sí podíamos usar nuestros talentos para alimentar el motor de acceso a la información y dibujar con ella los mapas ciudadanos indispensables para acortar la brecha de redistribución de la riqueza, la gran deuda pendiente de los latinoamericanos.
Algo ocurrió. Porque mientras la embriaguez de democracia ha seguido dominando el discurso oficial, el temor e incluso la muerte han vuelto en algunos países -con nuevas armas y métodos- a ensañarse en nuestras calles. Víctimas de primera línea han sido los periodistas, al enfrentar la amenaza constante del crimen organizado que busca -a través del terror- impedir que se conozcan sus redes con policías, militares, parlamentarios, empresarios, ministros, alcaldes, jueces y también con algunos que se dicen periodistas.
En Guatemala, el antiguo poder militar y económico, que dejó un balance de 200 mil muertos, intenta mantener su feudo a través de bandas paramilitares. Cada día 16 personas son asesinadas en promedio por efectos -dicen- del crimen organizado. Los periodistas que se atreven a denunciar lo que se esconde tras esa violencia viven bajo amenaza constante.
En Honduras, en los dos últimos meses han sido asesinados seis periodistas y un locutor de radio. Algunos reporteros, en San Pedro Sula por ejemplo, ya trabajan con chalecos antibalas.
Y en Colombia, acaba de ser asesinado Mauricio Medina, fundador de la radio comunitaria del CRIT, la asociación del pueblo indígena de los pijaos. Según la policía, el móvil del homicidio está en su vida íntima. Reporteros Sin Fronteras ha recordado que el argumento del “crimen pasional” ha sido antes utilizado para dejar en la impunidad otros asesinatos de periodistas.
De amenazas, intimidación y asesinatos sí saben los periodistas colombianos. El premio que hoy recibo lleva el nombre de Guillermo Cano, un símbolo de esa batalla en la que otros periodistas han tomado su relevo a pesar de que el acoso continúa. El año pasado, periodistas investigativos descubrieron las interceptaciones telefónicas y seguimientos contra 16 periodistas que hacía el DAS, la agencia de inteligencia estatal dependiente de la Presidencia de Colombia. Todos ellos son profesionales destacados que investigaban corrupción y redes entre políticos y paramilitares. Como el director del famoso programa de TV “Contravía”, Hollman Morris, a quien el presidente Álvaro Uribe acuso públicamente de ser cómplice de terroristas.
Los periodistas de Colombia han seguido investigando. Saben que en los ríos, donde arrojaron muchos de los cuerpos de los campesinos asesinados, hay un trozo de memoria colectiva a rescatar que le fija límites a la impunidad. La prueba: algunos victimarios han confesado y confirmado lo que valientes periodistas de Colombia dijeron una y otra vez siendo acusados de cómplices del terrorismo: que muchos de los ejecutados bajo el rotulo de guerrilleros no eran mas que modestos campesinos. Que paramilitares saquearon, incendiaron poblados, quemaron y cortaron cuerpos con sierras, violaron mujeres y robaron niños. Y que contaron con apoyo político. Y también económico. Porque uno de los objetivos era desalojarlos de sus tierras, dejando el terreno libre para que otros instalaran allí una explotación agrícola o minera. Allí están los 4 millones de desplazados en Colombia. Inocentes campesinos prisioneros de las FARC y de paramilitares.
En Brasil y varios países del continente algunos periodistas ponen en riesgo su vida al investigar a los dueños de los nuevos esclavos: inmigrantes o campesinos muy pobres que trabajan con sueldos miserables, en jornadas extenuantes, sin leyes sociales ni salud y menos derecho a la información. Son víctimas de una nueva dictadura que muy pocos condenan.
En México, 32 editores y periodistas han sido asesinados en los últimos 10 años. En 2009, se registraron once homicidios de periodistas. Y sólo en este año ya van cinco periodistas asesinados. El último, Enrique Villicaña Palomares, de Michoacán, apareció degollado el 11 de abril.
Las autoridades acusan al crimen organizado como autores de estos asesinatos, pero las evidencias denunciadas por las organizaciones de periodistas de ese país llevan a funcionarios y fuerzas de seguridad del Estado. México es una democracia, pero el saldo de la “guerra contra el crimen organizado” es de al menos 20 mil personas en lo que va del sexenio. Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 8 mil víctimas fue el balance en 2009. Una cifra de víctimas mayor a la que dejó en algunos países del sur la dictadura y que explica el clima de violencia generalizada que ha hecho prisionera a la libertad de prensa en México.
México tiene hoy más y diversas vías para difundir y recibir información y también para disentir. Y también una buena Ley de Acceso a la Información. No obstante, el discurso oficial que le atribuye exclusivamente al narcotráfico las agresiones y asesinatos de periodistas, tiene cada vez menos posibilidad de ser contrarrestado por un periodismo investigativo en profundidad. La evidencia recogida por las organizaciones de periodistas muestra que agentes del Estado continúan siendo los principales perpetradores de agresiones contra la libertad de prensa. Manuales de seguridad elaborados por los propios reporteros se reparten en redacciones, mientras las regiones con más corrupción comienzan a evidenciar los efectos de esta intimidación.
Al igual que en Colombia, donde La Fundación para la Libertad de Prensa identificó la autocensura como uno de los principales efectos de las constantes amenazas contra periodistas, en México muchos profesionales optan por callar denuncias de corrupción y evitan abordar el fondo del conflicto armado que sacude a ese país. A excepción de increíbles esfuerzos de algunos profesionales, el periodismo investigativo se va haciendo producto de libro y no de la entrega informativa periódica.
El panorama que describo no concita mayor solidaridad. Se repite que estos son países democráticos, con mecanismos institucionales para enfrentar las amenazas. Permítanme hacer un pequeño recuerdo personal: cuando yo estaba presa por revelar los robos de Pinochet y las barbaries de sus servicios secretos, uno de los factores que me dio fuerzas para seguir fue la voz y la acción de cientos de periodistas y organizaciones de todo el mundo exigiendo mi libertad.
Hoy, los valientes periodistas que en México, Guatemala, Honduras, Colombia y otros países se atreven a hacer la radiografía de la red oculta del crimen organizado, se estrellan contra la impunidad y el silencio. Y en esa batalla desigual también se enfrentan periodistas honestos contra otros periodistas.
Desde la óptica de los derechos humanos tanto los informes de México y Colombia indican que en ambos países hay evidencias de ejecuciones sumarias y abusos excesivo de la fuerza policial. También sumergen los cuerpos en ácido para borrar huellas. Pero son democracias. Y hemos seguido festejando su consolidación en el continente a pesar de que el crimen organizado ha seguido avanzando, y a su paso, demoliendo instituciones, pagando silencios y asfixiando la libertad. Empezando por la de prensa, condición para la impunidad.
No es la única amenaza a la libertad del periodismo. Otra proviene de la acción de gobiernos democráticos que identifican a periodistas como sus principales enemigos. Ejercen presión a través de distintos mecanismos, incluyendo la clausura y el despojo de publicidad estatal, intentando así anular toda crítica. Así está ocurriendo en Venezuela y también en Nicaragua. La descripción de ese persistente acoso en boca de Chamorro, Sergio Ramírez o Gioconda Belli hace que el festejo imborrable del fin del poder total del dictador Somoza se nos atragante en la garganta.
Hay un hecho cierto: si comparamos la estructura tecnológica y legal en la que se ejerce el periodismo, hoy tenemos más herramientas. Salvo situaciones como la de Cuba, de absoluta opacidad, hoy tenemos nuevos espacios para la diversidad y la denuncia de las irregularidades que afectan la vida de los ciudadanos. Pero de la estructura económica de los medios de comunicación surge una tercera amenaza contra la libertad de prensa, que no es monopolio de nuestra región: la acelerada concentración de su propiedad en grandes grupos privados que extienden su control sobre medios escritos, radios y estaciones de TV, en un mercado que carece de regulación.
Y es esa falta de regulación la que está provocando que los grandes conglomerados periodísticos estén absorbiendo o expulsando del mercado a las empresas más pequeñas. Terminan por arrebatarle la libertad de prensa a los pequeños grupos, condenados a la marginalidad. Lo grave es que generalmente, esos grandes conglomerados de la industria, con diversas inversiones y ramificaciones, son muy liberales en su desempeño económico, pero diametralmente distintos en su comportamiento social y político. Así, se va imponiendo un discurso monocorde que asfixia la diversidad, además de inhibir la fiscalización a las otras áreas de sus inversiones.
Esta situación fomenta la incestuosa relación entre el poder político, el económico y los medios de comunicación haciendo cada vez más difícil ejercer el periodismo digno y en profundidad, independiente de presiones y autocensuras.
La crisis económica agravó la libertad de prensa porque ha sido utilizada muchas veces como excusa por los propietarios para hacer recortes precisamente en las unidades de investigación. Otra forma de eliminar al periodismo que escudriña los circuitos del poder.
A ello se agrega el poder que adquiere una publicidad que se concentra en los medios de los grandes conglomerados y que es utilizada por los gobiernos o por privados para silenciar, amordazar. Un juego oscuro en el que los periodistas quedamos convertidos en simples peones, despojados de toda capacidad para hacer cumplir el derecho a la información.
La irrupción de Internet y las herramientas digitales ha hecho a muchos anunciar no sólo la muerte de los periódicos, sino que por fin llegó la real democracia de los medios. Surgen por doquier medios digitales y debates en línea donde todo aquel que tenga acceso a un computador puede intervenir. “¿Son necesarios los periodistas?”, se escucha desde muchos sitios. El extraordinario periodista argentino Horacio Verbitsky ya escribió sobre esa pesadilla en su libro “Un mundo sin periodistas”.
Como dije al comienzo, encontré un significado al alto honor que me han conferido al entregarme este premio: la emergencia que vive la región a la que con orgullo pertenezco y que acabo de reseñar. Tengo la convicción de que el jurado y la Unesco quisieron alertar sobre los peligros que enfrentamos en América Latina y la sabiduría y riquezas que hoy tenemos para superarlos.
Yo no soy una periodista excepcional. He tenido mucho miedo y lo sigo teniendo. Mi gran privilegio es ser parte de una generación que cumplió en mi país, en Argentina, Uruguay, Perú y otros países -y lo sigue haciendo a pesar de las enormes dificultades- con su compromiso con la libertad de prensa y el derecho a la vida.
Sabemos cómo en dictadura el periodismo fue factor clave para movilizar y salvar vidas de ciudadanos torturados en cárceles secretas; para informar de sus robos que mantenían en secreto y así vencer el miedo paralizante; para entregar testimonios que mantuvieran viva y ardiente la esperanza de que el fin de la dictadura no eran una utopía, dependía de nosotros. No podemos claudicar ahora y dejarnos someter por el crimen organizado que atenta contra nuestras vidas. Tampoco por el poder de grupos económicos o gobiernos de sesgo autoritario que amenazan la democracia.
Sabemos lo importante que está en juego. En la trastienda de esta maraña de violencia y amenazas se está negociando el control del agua, la electricidad, el gas, el litio, el trigo y otros elementos vitales para el desarrollo industrial y el bienestar de nuestros pueblos.
Para descifrar esa trama no se requiere sólo coraje, sino periodistas con conocimientos en economía y ciencias. Trabajo en equipo y colaboración entre profesionales de distintas áreas y distintos países. Armar el puzzle de la red invisible de la corrupción que une al poder político, económico y mediático pasa por echar mano a los mejores talentos para contar las historias y capturar a nuestros lectores, auditores o televidentes. Debemos combinar rigor y tensión dramática para competir con ese relato banal que inunda nuestros medios con secretos de cama y placer de los famosos. Así capturan la atención del ciudadano agotado y agobiado por temores y carencias. Es la nueva y peligrosa droga mediática que adormece.
Ante el avance del poder del crimen organizado, debemos dar pasos más osados y lograr que una comisión de periodistas del más alto nivel, con el aval, apoyo y sello de un organismo internacional, visite y monitoree las regiones mas castigadas por la violencia, para rescatar las investigaciones de periodistas sobre las redes que actúan en la impunidad. Debemos unirnos en una red de medios que en distintos países abra un espacio para los datos, los hechos y las historias que se intentan silenciar.
Actuar y no dejarnos someter. Proteger a los periodistas. Así entiendo este premio. Mi convicción es que si somos prisioneros de las amenazas y la violencia les daremos el gusto a los que buscan convertirnos en periodistas temerosos, despojados de dignidad, instrumentos de un sistema que busca mantener su poder comprando nuestros talentos para seguir carcomiendo la democracia con crímenes pasionales, amantes despechadas y querellas intrascendentes entre políticos sin poder real.
La ecuación es científica: cuando la farándula se impone como consumo informativo, ha triunfado la impunidad.
Si dejamos que se extinga el periodismo de investigación, si solo somos basureros de la sociedad, entonces el ciudadano no tendrá mapas que lo ayuden a vivir y a defenderse de los abusos. Seguirá ignorando que sí tiene derecho al placer y a la felicidad.
Si no impulsamos una regulación democrática a la publicidad y a la concentración de los medios, si no exigimos transparencia sobre la propiedad para que cada ciudadano sepa a quién pertenece el medio de comunicación que lo informa y qué otras inversiones tienen, lo mismo que le exigimos a los políticos y a los gobiernos con las leyes de transparencia, tendremos que asumir que no sólo es la libertad la que se debilita sino el periodismo el que se convierte en producto en extinción.
Tengo el privilegio de ser maestra de La Fundación Nuevo Periodismo, fundada por Gabriel García Márquez, y los múltiples talleres y seminarios que desarrolla, además de los que organiza Rosental Alves con la Knight Center for Journalism, me han permitido conocer de manera directa la excelencia profesional y convicción democrática y ética de más de 300 periodistas de Iberoamérica.
Sé que no dejaremos que diferencias ideológicas, cansancio y menos el miedo nos dominen. Hay millones de hombres y mujeres que esperan que los periodistas los ayudemos a desalojar el miedo. Hay millones que sueñan con recuperar la dignidad, el derecho al placer. Nosotros, periodistas, también.
De cobardías pasadas nunca asumidas ya sabemos demasiado. Habrá que ocupar todo el conocimiento aprendido en tiempos de cólera para reaccionar. Y lo haremos no porque seamos iluminados, tampoco héroes. Y menos payasos. Somos sólo periodistas.
Gracias por este inmenso honor que me conceden y que recibo a nombre de los periodistas chilenos dignos y de todos aquellos que en distintos rincones de mi región honran cada día esta maravillosa profesión.
* Discurso de Mónica González Mujica en la entrega del Premio Mundial de la Libertad de la Prensa Unesco/Guillermo Cano 2010, en ceremonia realizada en Brisbane, Australia, el 3 de mayo de 2010.
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