Por Alfonso Cano Isaza

Diciembre 17, 2006

Han pasado 20 años, 20 años de un dolor lacerante, 20 años de impotencia, 20 años de ausencia, 20 años sin sus sabios consejos, 20 años de orfandad del periodismo colombiano. Sí, han pasado 20 años desde ese crepúsculo navideño de diciembre de 1986, cuando mi hermano Guillermo fue silenciado –no de otra manera los capos del narcotráfico podrían callar sus denuncias -, por las balas asesinas de unos sicarios a las órdenes del cartel de Medellín, una ciudad que no se merecía ese apelativo, porque uno solo de sus hijos, Pablo Escobar Gaviria, era oriundo de la tierra de la dura cerviz.

El 17 de diciembre de 1986, cuando comenzaba a oscurecer, subí a la oficina de mi hermano Guillermo, como era mi costumbre, y en esta ocasión, para recordarle que esa noche, en mi casa, celebraríamos la Novena de Aguinaldos y que allá todos lo estaríamos esperando.

Y nos quedamos esperándolo; las balas asesinas truncaron una vida limpia y clara, una vida al servicio de Colombia, una vida, un día sí y otro también, en la defensa de los Derechos Humanos, una vida en lucha permanente por la libertad de prensa. Sí, truncaron una vida para su esposa, para sus hijos, para sus nietos y para todos aquellos que le queríamos y le respetábamos.

guillermo-y-alfonso-cano1

Guillermo y Alfonso Cano Isaza
Fotografía Marisol Cano

Mi hermano Guillermo fue un hombre bueno, en el exacto sentido de la palabra, bueno. Fue un esposo ejemplar, un padre amoroso, un abuelo consentidor de los nietos que conoció antes de su vil asesinato. Los otros nietos que no llegó a conocer y que no lo conocieron, saben que si su vida no hubiera sido cortada de un tajo, hoy estarían recibiendo sus caricias, sus consejos, sus complicidades.

Y yo, perdí un hermano, un amigo y un consejero. También, si mi hermano Guillermo aún estuviera vivo, estaríamos, los dos, sufriendo y gozando con los triunfos del Barça, ya que sólo podríamos sufrir con el Santafecito lindo, el glorioso Independiente Santa Fe, primer campeón del fútbol rentado, en 1948, porque los triunfos hace muchos años que no los saboreamos. Así como hace muchos años llamó a Víctor Campaz el ‘divino negro’; hoy, si hubiéramos visto el partido en el que el Barça venció al Villarreal, el pasado 25 de noviembre, y que consolidó la victoria con un gol de antología de Ronaldinho, estoy seguro de que mi hermano Guillermo habría exclamado: ¡Ronaldinho, el NON PLUS ULTRA!

Si mi hermano Guillermo estuviera conmigo, de cuerpo presente, porque en su ausencia siempre lo está, veríamos con los mismos ojos escépticos la actual situación de Colombia. Hubiéramos estado en contra de una reelección de bolsillo; no estaríamos de acuerdo con las recompensas por denuncias, la mayoría de las veces ficticias, tan afines a los regímenes dictatoriales, tanto los de derecha como los de izquierda; hubiéramos propugnado por una paz, no con la fuerza de las armas, sino por el diálogo constructivo; nos hubiéramos opuesto a las fumigaciones con glifosato y a destinar la mayor tajada del presupuesto nacional y de la ayuda extranjera, a la guerra y no a la paz, la cual sólo se logrará si los colombianos más ricos no lo fueran tanto y los más pobres dejaran de ser más pobres.

Horas antes de su asesinato, mi hermano Guillermo escribió: «Así como hay fenómenos que compulsan al desaliento y a la desesperanza, no vacilo un instante en señalar que el talante colombiano será capaz de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, más justa, más honesta y más próspera». Sin embargo sus palabras no fueron oídas por quienes, desde entonces, han gobernado a Colombia. Antes, por el contrario, especialmente en el actual segundo cuatrienio, la sociedad colombiana es menos igualitaria, menos justa, menos honesta y menos próspera, excepto para los más ricos.

El 14 de noviembre de 1982, mi hermano Guillermo escribió: «Nosotros hemos escogido el camino de ensayar la paz, ante el evidente fracaso estéril y doloroso de los ensayos de la guerra y de la represión». El 23 de diciembre de 1982, insiste en ensayar la paz y no la guerra: «…preferimos el pecado venial de la ingenuidad de la paz creadora a incurrir en el pecado mortal de la insensatez de una violencia atroz».

Veinte años después, encuentro una realidad aterradora: Colombia es hoy más violenta y más corrupta. Mi hermano Guillermo debe llorar esta verdad. Sus nietos no vivirán en una sociedad más igualitaria, más justa, más honesta y más próspera.

Artículo publicado originalmente en el diario El Espectador, el diciembre 17 de 2006, al conmemorarse 20 años del asesinato de Guillermo Cano.

Comparte:
FacebookTwitterGoogle+WhatsAppGoogle Gmail
//]]>