Por Guillermo Cano Isaza

Libreta de Apuntes, 13 de abril de 1980

Tesis del Gobierno colombiano en los diálogos con los guerrilleros terroristas que ocuparon la Embajada de la República Dominicana y tomaron como rehenes a dos docenas de altos diplomáticos acreditados en nuestro país a más de varios civiles y entre ellos algún calificado lagarto de embajada, es la de que lo mismo es liberar un preso que siete, veinte, cien o 311. Es una tajante respuesta a las exigencias de los terroristas quienes piden, entre otras cosas, desde un principio, la libertad de 311 presos políticos, cifra que han llegado a disminuir a siete en los últimos días.

El largo proceso de las discusiones precisamente ha encontrado en el punto de la libertad o de la no libertad de los presos que los guerrilleros llaman «políticos» y el Gobierno «delincuentes comunes», el principal escollo para un acuerdo, puesto que otros puntos tiene varias vías de solución y otros del «pliego de peticiones» de los terroristas ya se han obtenido.

¿Podrá encontrarse algún camino nuevo para superar el real impasse de las negociaciones?

Difícil creerlo. Las posiciones al respecto son sumamente verticales y en ellas están encasilladas las dos partes. La frase infortunada del presidente Turbay en su promocional periplo europeo de que él era «el único preso político en Colombia» -frase llena de ironía y muy al estilo Turbay- vino a convertirse, con el pasar de los días, en bandera de las exigencias terroristas. Y para mal del Gobierno han ocurrido hechos en los últimos días que colocan al presidente y a su equipo de gobierno en posición contradictoria. La libertad de la señora Salazar de Fals Borda, de Tony López y de otra persona vinculada al proceso del M-19 hace pensar en que el doctor Turbay no era el único preso político en Colombia. Esos tres ciudadanos permanecieron en la cárcel por más de un año para ser puestos luego en libertad incondicional. Y ¿cuántos de los detenidos durante la ola represiva del año pasado lo fueron por sospechas infundadas? Se los mantuvo en hora de tinieblas -vendados- para luego ser puestos en libertad. Sus ideologías eran, ciertamente, de izquierda, pero nada tenían qué ver con delitos comunes o atroces. El caso Luís Vidales es suficientemente ilustrado de los excesos cometidos que no se limpian con borrar con el codo lo que se escribió con la mano.

Tenemos, pues, que la tesis oficial de que lo mismo da libertar un preso que 311 es muy sólida, pero solo en las apariencias. ¿Cuántos más de los actuales procesados que siguen pagando cárcel son inocentes de delitos comunes y atroces? Pasarán semanas y hasta meses antes de saberlo. ¡Si es que se logra saberlo…!

¡Porque de que hay presos políticos, como que hubo torturas, los hay! No cabe duda, como diría Hefestos.

…que cien o 311. Es conveniente seguir diciendo verdades y no mentiras en asuntos tan delicados como los de los presos políticos y las torturas. Respecto de las últimas, parodiando la tesis del Gobierno, lo mismo de grave es un solo caso de torturas que cinco, veinte, cien o 311. Precisamente al producirse el artículo de Hefestos, que refleja el pensamiento y el criterio del expresidente Carlos Lleras Restrepo, ha tenido que ser el propio Gobierno el que le informara al país, por voz del ministro de Justicia, el alvarista Hugo Escobar Sierra, que en el caso de la extraña y cruel muerte del señor Marcos Zambrano están detenidos dos miembros de las fuerzas del orden sindicados de presuntas torturas. Debemos celebrar que este asunto se esté investigando «exhaustivamente» y esperamos confiados en que esta investigación no correrá la suerte de otras muchas que se han quedado en conceptos vagos de desmentidos no plenamente satisfactorios. Quedan, además, flotando otros casos por esclarecer como la muerte de un ciudadano en la zona de Palenquero, atribuida por las autoridades a un «ataque cardiaco» cuando hay muchos testimonios de que antes que el corazón dejara de funcionar el detenido había sido sometido a atroces torturas.

Una sola tortura mancha un régimen democrático de presidencia liberal. Fácil es insistir, con la terquedad sectaria del ministro de Justicia, Escobar Sierra, que toda denuncia de torturas se va a investigar. Pero el más alto funcionario de la Rama Jurisdiccional agrega a renglón seguido que en Colombia no ha habido y no hay torturas. Y cínicamente le dice al país que si las hubo o las hay son cosas de subalternos que abusan de su autoridad. La tesis de Pilatos, para trasladarnos a los tiempos bíblicos.

Lavarse y lavar las manos de los altos mandos, para hacer recaer la culpabilidad en los mandos medios y bajos.

«Las torturas leves, las torturas crueles, las torturas mortales» de que hablara el expresidente Lleras, ya tienen informe de respetables organismos internacionales, que obligan a algunos voceros oficiales y oficiosos a ser más serios y responsables cuando se ocupan de estas materias. La cabeza caliente del señor ministro de Justicia, cada vez que se toca el absceso inflamado de las torturas cometidas, no hace sino agravar lo que sucedió para asombro e indignación de aquellos colombianos que no tienen otro compromiso que la defensa de los derechos humanos allí donde sean vulnerados.

Para nosotros, también, como lo es para el Gobierno, liberar un preso o liberar 311, una tortura o 311 torturas es igualmente delicado. Sobre todo porque al incurrir en el delito atroz de la tortura en un solo caso se abre el camino para que sean cien o 311.

Cuando en este periódico, enfrentado a la insolidaridad en que lo dejaron la casi totalidad de los otros medios de comunicación -que ahora, un año después, reconocen a regañadientes y algo arrepentidos que algo andaba podrido en Colombia-, denunció y comentó críticamente los sistemas represivos y lesivos de la dignidad humana, que las autoridades estaban aplicando bajo la «protección» del Estatuto de Seguridad, nos proponíamos inermes a lograr que se detuviera la escalada de las torturas, se disminuyera la persecución ideológica, se humanizaran los procedimientos y se atajara una incipiente orgía de arbitrariedades y de injusticias. Creemos que en parte o en mucho se alcanzó ese propósito, que nos retribuye generosamente por todos los momentos ingratos que tuvimos que padecer por las incomprensiones y las mal intencionadas interpretaciones que algunos periódicos y algunos periodistas, en coro con los voceros del Gobierno de todas las categorías, le quisieron dar a nuestra limpia, reflexiva y responsable posición. Lo que de manera alguna quiere decir que nosotros quedemos satisfechos con lo que se logró.

No debemos, ni deben quienes tienen algún conducto para influir poco o mucho en la defensa de los derechos humanos, bajar la guardia. El pasado tiene que afectar la conciencia de los responsables. No se puede ni se debe cubrir con el manto del olvido. Porque la tortura tiene el poder de reproducirse como el cáncer, aún después de extirpado. El peligro agudo parece haber pasado. Pero, ¿cómo evitarlo en el futuro? Manteniendo una intransigente vigilancia y denunciando, cada vez que sea necesario, aquellas voces enceguecidas que proclaman la vigencia del «ojo por ojo y diente por diente», es decir la tesis que hizo posible que se incurriera en «torturas leves, torturas crueles, torturas mortales» en Colombia bajo la justificación de que los torturados habían sido torturadores. Si se defiende el Estado de Derecho y la Justicia ciega -la única que debe estar vendada siempre-, pues a los Derechos Humanos hay que defenderlos integralmente y no sólo cuando convenga a un gobierno, a un gobernante, a un militar, a un ciudadano.

La Constitución y las leyes también se violan cuando se tortura a una persona, delincuente o inocente. Lavar la sangre de la tortura con el castigo sin tortura de los torturadores es lo liberal, lo cristiano y lo justo. Pero es apenas una parte del problema. Lo más importante, en esto como en todo, es prevenir antes que curar. Que no haya torturas para que no sea necesario investigar y sancionar a los torturadores.

Así, por lo menos, lo entendemos nosotros. Otros prefieren engañarse engañando a los demás negando lo que a resultado innegable. En un caso, que por sí solo bastaría, o en cien o en 311 o en mil…

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