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Conferencia de Javier Darío Restrepo

Cátedra Guillermo Gano – Universidad Pontificia Bolivariana

Por Javier Darío Restrepo

Medellín, marzo 9 de 2007

Guillermo Cano: El periodismo como misión

Guillermo Cano perturba hasta darle un vuelco radical al sentido de ser periodista. Todo lo que uno pensaba de esta profesión cambia, con la misma reveladora eficacia con que un paisaje en sombras se transfigura con la luz del amanecer.

Los que definen la palabra “periodista”, apenas si trazan un perfil vago: el diccionario sólo encuentra a alguien que prepara o presenta noticias; otro lo ve como “el depositario de la opinión pública” (1), hay quienes creen hallar en él al intermediario entre hechos y lectores; en alguna parte encontré escrito que es “el testigo de la actualidad”, y lo oí decir en un taller, que “es un relator de historias”. Bernard Henry-Levi lo describe como alguien que “siempre está dispuesto a jugarse su reputación, su talento y, a veces, su vida con tal de saber qué fue lo que pasó con todo detalle”. (2) Albert Camus y García Márquez coinciden: es la más bella de las profesiones; y los pesimistas, al borde de la derrota, la escupen como una profesión maldita. Pero estas definiciones o descripciones no encajan cuando uno tiene delante a Guillermo Cano, el periodista.

García Márquez parece dejar a un lado la lupa con que lo ha observado para decir, con admiración y asombro: “detrás de sus maneras suaves, nadie que no lo conociera de cerca, habría podido vislumbrar la terrible determinación de su carácter… Se empeñó en batallas vastas y peligrosas sin detenerse ante la certidumbre de que detrás de las causas más nobles siempre acecha la muerte”. (3) Con precisión de anatomista, mientras recorre su estructura espiritual, anota el escritor: “no he conocido a nadie más refractario a la vida pública, más reacio a los honores personales, más esquivo a los halagos del poder”. (4)

Si esa “terrible determinación de carácter” y esa insensibilidad ante “los halagos del poder” señalan una diferencia, otras características personales, aunque de menos trascendencia, son reveladoras: “Después que escribo algo vuelvo a leerlo con cuidado, no para no decir las cosas, sino para decirlas bien dichas”. “A veces, con el cúmulo de noticias negativas que recibo, entro en un estado de desaliento, me encierro en un profundo silencio”. (5)

Por eso no tuvo nada de sorprendente lo que sucedió en aquel despacho del ministro Jorge Leiva –durante el régimen Gómez Urdaneta- cuando entró el joven director de El Espectador. Guillermo Cano llevaba muy poco tiempo en la dirección del periódico cuando fue citado al ministerio. Como quien reprende a un estudiante díscolo, el ministro se lanzó a una enumeración de las órdenes, prohibiciones y sanciones que se debían tener en cuenta en el periódico. Cuando cesó la cantaleta del ministro, y los funcionarios que lo acompañaban interrogaban entre curiosos y burlones el rostro del joven director, hubo una pausa de silencio que Cano interrumpió con una lacónica y firme respuesta: “en estas circunstancias El Espectador no volverá a circular”. Aún no salían de su asombro los engreídos interlocutores, cuando Cano les volvió la espalda y salió del despacho.

Ese gesto y esas palabras no se dieron de improviso. “A los diez años, recordaba, me dijeron que mi abuelo había estado en una cárcel por defender la libertad de sus conciudadanos. Me dijeron que mi abuelo había ido a la cárcel por defender a sus amigos pobres, a sus amigos políticos. Fue difícil entender a los diez años que un hombre pudiera ir a la cárcel porque había defendido sus ideas, un periódico, unos amigos. Más tarde pude comprender que cuando se defiende honradamente un principio de justicia no importan ni el fuego, ni el terror, ni la cárcel”. (6)

Cuando salió de aquella oficina ministerial, con la firme determinación de cerrar el periódico antes que plegarse, sabía que no era la primera vez que un Cano lo arriesgaba todo antes que sacrificar un principio.

Fidel Cano, recordaba, no temió ni a la cárcel, ni a la pobreza en su lucha por una Colombia mejor y más libre. Se privó a sí mismo y a su familia, de la comodidad, de la riqueza y de la tranquilidad. La clausura del periódico, en aquel oscuro final del siglo 19, significaba cárcel y hambre para él y los suyos; también en ese año de 1952, la decisión anunciada ante el ministro era un castigo para muchos.

Los episodios y las citas se multiplican a medida que uno recorre la vida de Guillermo Cano, hasta llegar a esa tarde en que después de recordar el poder y las amenazas de los narcotraficantes, concluyó que en su vida “todo podía pasar”, como si hubiera dejado su derecho a vivir en manos de los sicarios. Con su vida “ todo podía pasar”, con sus principios no. Como lo había aprendido del abuelo, el control del alma no se le cede a nadie.

De este apresurado bosquejo de Guillermo Cano, el periodista, surgen las claves de una singularidad, que son las que explican por qué las definiciones y descripciones usuales del periodista le quedan cortas. Cano las excede y deja atrás y le revela al mundo del periodismo una dimensión superior del ejercicio profesional

Las claves: el compromiso

Esta es una palabra que en las redacciones se mantiene bajo sospecha y con resonancia herética porque parece contradecir el dogma de la objetividad. Según la percepción corriente ser objetivo es mantener a la vez distancia y frialdad, es mantener bajo llave la subjetividad mediante una posición defensiva que hace pensar en la mujer que resguarda su virtud. Ese criterio ha producido un periodismo insípido y arrogante, que mira el acontecer humano con la misma curiosidad distante del biólogo que investiga el proceso de multiplicación de los ratones o de las amebas.

Hay otras sospechas que se ciernen sobre el concepto de compromiso, cuando se lo entiende como lealtad fanática a un partido, o a una causa religiosa o social, es una expresión cercana a lo propagandístico y a lo comercial. Estas ambigüedades desaparecen cuando uno se acerca a Guillermo Cano. En él es fácil descubrir que compromiso es la serena y total entrega de quien promete. Comprometido es quien está ligado a una promesa y esta, a su vez, significa donación de futuro y abandono de cualquiera otra conveniencia, porque la promesa trastorna el orden de las prioridades. La promesa sitúa en primer lugar lo prometido y, desde el presente, hipoteca una porción de futuro.

El periodista comprometido no teme involucrarse, ni sentir la temperatura de los hechos o de las personas, no tiene el pudor de sus sentimientos, de sus lágrimas incluso, ni les permite a sus intereses primarios interponerse en su relación cercana con la historia y sus actores. Puesto que el periodista comprometido no usa guantes quirúrgicos ni tapabocas, resulta apostando siempre a las distintas causas, como si todo lo humano lo invadiera, como un contagio. Sabe muy bien, como decía un antiguo reportero de la BBC, Martin Bell, que “hay momentos para ser apasionado y momentos para ser desapasionado”. Por eso, como anota Marthoz (7) “el compromiso va ligado a las angustias de la historia. Lleva a cabo combates por la dignidad, por la justicia y por la libertad, pero huele, sobre todo, la muerte, la sangre, el sufrimiento y el odio”. Guillermo Cano tenía ese desarrollado olfato espiritual que le permitía detectar todo esto y, además, la vergüenza, que no la habría tenido un periodista objetivo

Cuando una justicia intimidada y unas instituciones debilitadas permitían que los narcotraficantes reinaran impunes con la complicidad de todos los que habían negociado su conciencia, la de Cano fue una voz que resonó con vergüenza ajena: “qué vergüenza, estamos llegando a unos extremos de los cuales no hay retorno. El dinero envilecido por el crimen y el narcotráfico corrompe al Estado de derecho, se infiltra en los poderes, contamina a toda la sociedad”. (8)

Ante la invasión e impunidad de Porras y de nuevos ricos que chantajeaban anunciando el sistema de ventilador, al mismo tiempo que giraban millonadas a Ño Raimundo y todo el mundo, nadie sabía dónde estaba el delincuente y dónde el honorable. Entonces escribió: “Qué vergüenza. Nos aterra pensar que el país se haya degradado hasta tal punto que un debate necesario en defensa de la moral y las instituciones, la conclusión será no desenmascarar a los delincuentes, sino que ellos resulten ser los buenos y los demás los malos”. (9)

Contra la idea de un periodismo que de tan objetivo tiene un corazón frío como el de una computadora, el de Cano es un periodismo con el corazón cálido del compromiso. La historia de la profesión recuerda a Emile Zolá por su J`accuse y su compromiso en la defensa de Dreyfus; a Albert Londres cuando se jugó la piel por los reclusos de Cayena; y más cercanos los periódicos que retaron a la Corte y publicaron los Papeles del Pentágono; o Seymour Hersch, al romper el silencio que invisibilizaba los muertos de My Lai en Vietnam o a los torturados de Abu Ghrabi en Irak. En el vestíbulo del St Louis Post Dispatch se lee, grabada en el mármol la consigna de Pulitzer a los periodistas para que “ reconforten a los afligidos y aflijan a los reconfortados”. El periodista así, liberado del síndrome de la objetividad, piensa como el personaje de Malraux que se sentía “habitado por un invencible sueño que le daba sentido a su vida”. (10) El lo decía de Kyo, en La condición humana, yo lo encuentro ajustado a mi visión de Guillermo Cano quien desde ese invencible sueño de su compromiso, revela otra forma de ser periodista, exigente porque demanda valor.

El valor

Para definir el valor Carlyle en sus conferencias sobre los héroes (11) evocó la figura del príncipe Odin, arquetipo del valor para los escandinavos. El mítico personaje dejó dicho con palabras y con actos que el hombre por fuerza debe ser valiente y destruir en su reino interior las sombras del terror; Y agregaba: “Vencer esas sombras es lo que determina el grado que nos corresponde ocupar entre los hombres”. Hubo, desde luego, una comprensión primitiva y salvaje del valor, visto como patrimonio de quien vencía a todos con las armas o sin ellas en los combates; pero esta comprensión elemental le abrió el paso a otra, cuando el valor se descubrió como una fuerza interior que lo doma y domestica todo en beneficio y servicio de otros. Y anotaba el escritor: “se convirtió así el valor en fuente de misericordia, de verdad y de cuanto grande, noble y bueno hay en el hombre”. Quisiera hablar aquí de la encarnación literaria de esa expresión del valor en los caballeros andantes, pero prefiero referirme a las muy pertinentes reflexiones de Hannah Arendt cuando explora el concepto medieval de bien común y descubre que la aparición del político está ligada a la manifestación de una clase de hombres que dejan casa y la cobijada vida doméstica, para cuidar los intereses de todos. Es alguien que se expone a los vientos, a veces huracanados, de lo público; asume el interés de todos, pone la cara y el pecho cuando es necesario defenderlos porque, como en la visión de Odin, ha desterrado todos los terrores y los cálculos. Anota Arendt: “quien entra en la esfera política ha de estar preparado para arriesgarlo todo. El valor se convirtió en la virtud política por excelencia”. (12)

A fuerza de informar sobre lo público, de defenderlo, de tomarlo como causa propia, el periodista, quiéralo o no, adquiere ese perfil de defensor de lo público que pareciera monopolio del político. Solo que los políticos buscan el poder y para el periodista esta es su forma de servicio. Es, pues, el valor una condición necesaria para servir a lo público desde el periodismo.

Se necesita valentía para ir contracorriente del pensamiento y de las prácticas comunes dictadas por lo fácil y lo cómodo; y para decirles no a las normas usuales del negocio editorial y de la información; será preciso el que Foucault llamaba el valor intelectual y moral, de reflexionar por sí mismo, de mirar el mal cara a cara para decirle la verdad. La escala más alta de este valor, que sitúa al hombre por encima de sus instintos primarios, es la de asumir el riesgo de morir “para alcanzar metas más elevadas”. La expresión la tomo prestada de Malraux, quien va más allá. “¿Qué habría valido una vida por la que no se hubiera aceptado morir?”. (13) El compromiso da esa lucidez: no solo revela por qué se puede vivir. También por qué se puede morir puesto que enajena el futuro e introduce una prioridad radical en los intereses de la persona. Esta es la otra dimensión que el periodismo recupera en hombres como Guillermo Cano

La libertad

La valentía es inseparable de la libertad. Si para Odin ser valiente era haber disipado la sombra de todos los terrores, el perfil de todos los valientes es el de seres humanos que han vencido al miedo porque son libres. Si los miedos esclavizan, porque paralizan a la vez la voluntad y el entendimiento, la libertad pone fin a los miedos o los somete, porque es creación de la voluntad y estímulo para la inteligencia. Sea porque es necesaria una voluntad fortalecida en el ejercicio de decidir; sea porque el periodismo es un trabajo de la inteligencia, lo cierto es que resulta una contradicción en los términos hablar de un periodista sin libertad. Con todo y ser tan evidente, hay un intenso brillo de originalidad en la libertad del periodista Guillermo Cano.

Con ese tono sereno con que se expresan las grandes convicciones decía él durante la entrega del premio Simón Bolívar a su padre Gabriel Cano “nos hemos creído obligados a no convivir con el atropello de los derechos humanos”. Y agregaba: “hay que decir las cosas cuando todavía es posible decirlas, y cuando ya no se puedan decir, habrá que seguir diciéndolas por más adversas y peligrosas que sean las circunstancias creadas para impedir que se digan”. (14)

Solo un hombre con suficiente libertad para asumir todos los costos y riesgos del compromiso podía decirlo de esa manera. El compromiso solo es posible en personas libres. Lo decía, refiriéndose a los políticos, la filósofa Hannah Arendt (15). Según ella, el político, liberado de las obligaciones necesarias para vivir, más allá de las condiciones de ser dominado o de dominar, podría asumir la vocación de servir a lo público. El periodista es, como el político, un servidor de lo público y ese servicio demanda esa condición de libertad que, a su vez, convierte su oficio, no en una tarea, sino en una misión. Por la vía del compromiso, Guillermo Cano hizo de su ejercicio profesional una misión.

La misión

En el lenguaje común la palabra “misión” muestra dos componentes: una misión es enviada por alguien y quien la cumple lo hace en función y en representación de alguien. Además, la misión tiene un carácter de urgencia, tiene la connotación de acción importante que no se le puede encomendar a cualquier mercenario porque es más que una simple tarea, oficio o gestión profesional o laboral. Una misión económica, cultural, política o religiosa, incluso una misión deportiva, pierden el tono y el color de lo burocrático y adquieren el significado de una acción que requiere una dedicación total, de la que se esperan unos resultados apremiantes. El periodismo como misión, le da a todas sus tareas un perfil especial. El periodista siente que lo suyo no es escribir el primer borrador de la historia; ser periodista con sentido de misión es sentir que se ha aceptado el reto de cambiar algo todos los días, y para hacerlo son indispensables, a la vez, la entrega total y la voluntad de alcanzar un objetivo. Que es lo que echaba de menos Ryzard Kapuściński: “se ha cerrado una época, decía, en la que el periodismo se vivía como una noble vocación a la que las personas se entregan plenamente y para toda la vida….El periodismo ha dejado de ser una misión y muchas de las personas que trabajan en los medios lo consideran una ocupación como cualquiera otra”. (16)

Comentando la pérdida de credibilidad y de circulación de los diarios, un redactor de El País, de Madrid enumeraba las fórmulas de solución propuestas por los directores: hacer noticias más cortas, apuntó uno; consultar la agenda de los lectores, antes que la del diario, señaló otro; otro dirigió su atención a los departamentos de diseño, el redactor, sin embargo destacó otra propuesta: configurar redacciones con sentido de misión.

Es el sentido que encuentro en el director de El Espectador, cuando ante el asedio económico del Grupo Grancolombiano escribió: “no vendemos, no hipotecamos, no cedemos nuestra conciencia ni nuestra dignidad”. Una expresión de independencia, necesaria para el hombre con una misión que en ese momento era “la misión imposible de evitar que la investigación y los procesos se archivaran; que era conseguir la devolución de los dineros perdidos en las maniobras fraudulentas; que era clamar justicia sin adecuada audiencia, que era, en suma, luchar con una pluma contra todo el poder del dinero concentrado”. Sin embargo, el columnista de la Libreta de Notas, se permitió al final una sonrisa: “toda esa misión imposible, así considerada durante largos años, ha sido sin embargo una misión cumplida”.

El periodismo como misión, fue la primera y definitiva lección que recibió de su abuelo cuando a los 10 años enfrentó el hecho brutal de la cárcel y el despojo como precios por defender unas ideas.

Ese sentido de misión en Guillermo Cano “es parte de una indestructible continuidad, que es la defensa del hombre, de los valores éticos y morales, de las ideas liberales, actualizadas, del derecho inalienable a la libertad de pensamiento y de palabra”, de que habló Cano en el homenaje a su padre. Alberto Lleras lo llamó por esa razón “heredero de las estirpes bravías y hurañas de Canos e Isazas”.

Y es cierto. Esta dimensión del periodismo como misión ya había aparecido en esa “empresa heróica que se levantó solitaria en el país, como un mezquino mechón de sebo que parecía estar amenazando la organización impuesta al país sobre las ruinas de la Constitución del 63”. Son expresiones del ex presidente Lleras Camargo quien en el discurso sobre Gabriel Cano evoca aquel rito que se comenzó a oficiar en El Espectador desde sus comienzos: “escribir pensando que cada palabra puede ser la prueba para la cárcel”. Era el ritual misionero de la palabra escrita “para refrenar, para oponerse, para intransigir cuandoquiera que se adivine o se descubra el compromiso nefando, el contubernio, o aún la simple transgresión tolerada”.

Todo en esa historia heróica es austero y se ve iluminado por una combustión interna de estos hombres obsedidos por un sentido de misión: “todo olía a tinta, a aceite, a sudor y a lágrimas”, apunta Lleras antes de recordar, risueño: “Gabriel sollozaba cada vez que algo fallaba en el proceso…Era trabajo físico y se salía de la imprenta derrengado y alegre, con el periódico debajo del brazo”.

El periodismo tiene que ser eso, mucho más de lo que aparece cuando diccionarios, investigadores, cronistas o ensayistas tratan de definirlo. Ryszard Kapuściński decía que el periodismo debía mirarse desde la poesía; bien sabía él que es un oficio en que destella toda la riqueza del espíritu humano.

Artesanía de la palabra, que es producto del espíritu; centrado en el discurrir del hombre, de todos los hombres, consagrado a la defensa y fortalecimiento de lo público, ungido con los oleos de quien vive para una misión.

El comprom

iso, el valor, la libertad son valores que, como los elementos de una amalgama, logran esa fina e incorruptible sustancial de que está hecho el espíritu de los humanos que viven en y para una misión.

Concluía Lleras y también lo hago yo, después de esta reflexión sobre la misión que Cano cumplió con sangre: “Hay pues toda una filosofía en esta clase de hombres cuya obra se puede mostrar sin una sola mancha, para que se opongan a la tiranía, a los delitos a la voracidad o al abuso de las funciones públicas. Y un periodista debe ser así, debe verse así, porque su carácter no se concibe de otra manera, si quiere ser respetado y atendido por sus contemporáneos”.

Notas
  1. Octavio de la Suaree, Moralética del periodismo. Cultural S.A. La Habana, 1946. pág. 55
  2. Bernard Henry-Levy. Reflexiones sobre la guerra. Punto de Lectura. Madrid, 2003. pág. 272.
  3. Citado por José Salgar. Coletilla de fin de siglo. U. Sergio Arboleda. Bogotá, 1999. pág. 111.
  4. Salgar, op. cit. pág. 111.
  5. Entrevista de Sara Marcela Bozzi en Los Decanos. Biblioteca Pública Piloto/Universidad de Cartagena. Medellín, 1987. pág. 26.
  6. El abuelo que no conocí citado por Bozzi, op. cit. Págs. 124 y 125.
  7. J. P. Martos en Medios periodísticos, cooperación y acción humanitaria. Icaria, Barcelona, 2002. pág. 201.
  8. Libreta de Apuntes, “Qué Vergüenza”. Transcrito por Bozzi, op. cit. pág. 159.
  9. Libreta de Apuntes. “El sistema del ventilador”. Transcrito por Bozzi, op. cit. pág. 157.
  10. André Malraux citado por Henri Levy, op. cit. pág. 185.
  11. Thomas Carlyle. Los héroes. Sarpe, Madrid, 1985.
  12. Hannah Arendt. La condición humana. Paidos, Barcelona, 1996. pág. 45.
  13. A. Malraux citado por Henri-Levy, op. cit. P. 185.
  14. Guillermo Cano. Discurso en la entrega del Premio Simón Bolívar a Gabriel Cano.
  15. Arendt, op cit. pág. 46.
  16. Ryszard Kapuściński. Los cinco sentidos del periodista. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, págs. 24 y 25.
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