Fundación Guillermo Cano

Cátedra Guillermo Gano – Universidad EAFIT

Por Juan Luis Mejía Arango

Medellín, marzo 9 de 2007

Rector de la Universidad EAFIT, en el acto de instalación de la Cátedra Guillermo Cano

En este 9 de febrero, día del periodista, nada mas oportuno que congregarnos alrededor de la memoria de don Guillermo Cano, o mejor aún, de la estirpe de los Cano, de una familia de seres que han consagrado su vida a defender los valores supremos del ser humano, de sus derechos inalienables, de la libertad como valor supremo del hombre.

Tengo la deformación de estar mirando cuadros con detenimiento. Uno de mis retratos preferidos es obra de Francisco Antonio Cano y representa a su pariente, el escritor Fidel Cano. En primer plano, aparece el periodista con sus mostachos ya blancos, con aire de abuelo bondadoso. Esa figura amable remite al escritor bucólico que escribe poemas a la navidad en familia o a las riberas del río Porce. En el cuadro, detrás del retratado, aparece la imagen de Víctor Hugo. En el escritorio sobre el cual se apoya, libros de Víctor Hugo. Es el recurso pictórico que el pintor utiliza para indicar como don Fidel encarnaba el espíritu romántico y libertario de los intelectuales radicales del siglo XIX, para quienes la figura del autor de Los Miserables se erigía como símbolo mayor de aquel espíritu altivo y radical. La pluma de aquel abuelo de largos mostachos, servía para escribir escenas familiares pero también, cuando era necesario, se erguía altiva para oponerse a toda tiranía, como a la “la Ley de los caballos”, aquel vil instrumento usado por la Regeneración para acallar cualquier voz disidente, como la suya, como la del Indio Uribe o la de su amigo, el general Uribe Uribe. Siempre me he preguntado por que bautizó a su periódico con el pasivo nombre de Espectador, cuando en realidad era un medio de acción, de combate a la pasividad, actores de primera línea en la lucha contra la opresión intelectual y no meros espectadores abullonados en un palco contemplando el espectáculo de la indignidad.

De aquella estirpe libertaria venía don Guillermo. Esa sangre alimentaba su existencia. Ese espíritu inspiraba su actuar. Pocos días antes de su asesinato lo visité en la oficina del periódico en compañía de la periodista Sara Bozzi y con la directora de la Biblioteca Pública Piloto, Gloria Inés Palomino, para ultimar detalles del libro que la Universidad de Cartagena y la Piloto preparaban para conmemorar los cien años del periódico. Eran días de inmensa tensión. Había un gran contraste entre la tranquilidad de aquella oficina y el enrarecido ambiente que se respiraba en el país. Me sorprendía que de una vetusta máquina de escribir surgiera aquella columna dominical que hacía retorcer de ira a la bestia del narcotráfico. A pesar de la amabilidad con la cual nos atendió, salí de aquella cita con la sensación de que don Guillermo se sentía un poco incómodo con el homenaje que se rendía a la familia con aquel libro. No se consideraba digno de él. Creo que era de la opinión según la cual la familia Cano simplemente cumplía un deber ciudadano, como votar, pagar impuestos o respetar una fila, y que cumplir con el deber no ameritaba reconocimientos ni homenajes.

Don Guillermo no alcanzó a ver el libro. La bestia no resistió el impacto de la palabra erguida. Recuerdo aquellos días bajo el signo de la desolación, de la impotencia, de la rabia contenida. Fue un diciembre sombrío. Los peores nubarrones cubrían a Colombia.

En este día del periodista, en estos veinte años del asesinato de la palabra erguida, es oportuna esta canción, como decía el poeta león Felipe. Es un deber de la memoria recordar la figura de don Guillermo Cano. Pero no recordar con vana nostalgia, ni melancolía. Recordar ante todo con el profundo respeto por alguien que encarna la dignidad del hombre. Que usó la palabra para llamar la atención de la sociedad adormilada ante el peligro que representaba el emergente poder de la mafia del narcotráfico. Recordar a alguien que no calló su voz ante ningún poder. Nuestro deber es recordar esa figura sencillamente altiva, mantener viva su memoria ante las nuevas generaciones, ante estos jóvenes que acuden a nuestras aulas con el anhelo de construir una sociedad mejor.

Está Universidad y su joven carrera de Comunicación, se sienten honradas de acoger en el día de hoy a la primera de las cátedras que pretenden mantener vivo el espíritu libertario que representa la estirpe de los Cano. En nombre de todas las Universidades que nos congregamos alrededor de la memoria de don Guillermo, expreso a los presentes una cordial Bienvenida.

Para Doña Ana María va este saludo cargado de respeto y admiración. Manuel Mejía Vallejo decía que uno sólo muere el día que muere el último hombre que nos recuerde. Don Guillermo vivirá entonces hasta el último día de nuestra existencia.

Muchas gracias.

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Al terminar el bachillerato en el Gimnasio Moderno, Guillermo Cano entró a laborar de lleno en El Espectador en 1943, a los 18 años, primero en los talleres de armada, donde rápidamente aprendió a diagramar, a sacar pruebas, a leer al revés, a llevar galeradas a las páginas y a untarse de tinta.
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